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Isabella Conde

Introspección

¿Quién soy?


Esa es aquella pregunta que plaga la mente de miles y les quita el sueño. No puedo decir que me exceptúo de esto debido a que constantemente me he preguntado que caracteriza la esencia del ser y cuál es el sentido de formarnos y crecer sin saber como verdaderamente nutrir nuestro fundamento. Pero con el tiempo me he dado cuenta que esta carencia de identidad no es intencional.


El hecho de formar nuestro fundamento implica conocer nuestro origen. Nuestra génesis, cuál cada vez que es narrada cambia. Un comienzo lleno de sufrimiento, opresión y maltrato tergiversado por aquel supuesto Víctor foráneo. Una opresión la cual descuajó nuestro conocer del mundo y alojó una nueva modalidad proveniente de otro hemisferio, cuál desencadenó la soledad que sentimos hoy como comunidad.


Enclaustrada comunidad latinoamericana, en aquel bello continente, el cual presenta un paralelo de pobreza y falta de oportunidad. Aquel que no tuvo tiempo de germinar. Aquel criticado por falta de originalidad, pero cuál fue desgarrado desde sus inicios y forzado a seguir a aquellos que sí fueron capaces de conseguir un progreso. Los taparrabos simbolizaron ignorancia frente a la clase y modales en vez de la comodidad con nuestra anatomía. Y nuestras tradiciones y costumbres fueron vistas como brujería o locura.


Latinoamérica fue convertida en un cementerio donde se levantaron los cimientos de una sociedad “oportuna y digna”, la cual subyugó sus raíces. Raíces que brotaron del sepulcro mediante la artesanía y literatura, Música y baile.


Los esqueletos enterrados de aquella tierra prometida, pisoteados por la bota española, encontraron su belleza en el resurgir a través de la grieta oportuna que hoy llamamos independencia. Surgieron poetas que con sus palabras denunciaron nuestro sufrir y autores que narraron tanto nuestra historia como nuestra belleza. Presentaron nuestras tierras con mares de agua dorada y convirtieron aquel sufrimiento en un escudo representativo de nuestro carácter y un punto de partida para reencontrar nuestras raíces.


En los restos del territorio forjado por españoles desenterramos aquellas pocas semillas conservadas por la fe y perseverancia, y las sembramos con la misma cautela empleada para transportar a una santa. Ancestros nos susurraban al oído vividas descripciones de su realmente mágico mundo, estremeciendo a quien fuera, al igual que aquella tramontana que Gabo tanto nos describía.


Poco a poco fuimos mostrando esa identidad llena de pudor y belleza forjada por la agonía y se nos reconoció internacionalmente como un hogar de esperanza. Esperanza, la cual fue transportada por aquellas mariposas amarillas que abogaban por la paz. Pero al final termino siendo un telón. Aquel premio otorgado en suiza no fue más que un engaño. Un reconocimiento se convirtió en una artimaña. Una ofrenda de amistad que agarro la mano, jalo el brazo, la pierna y nos arrancó la cabeza. Una alianza motivada por aquellas mismas intenciones de 1492.


Latinoamérica se vio ahorcada por una deuda al exterior y la única manera de apaciguar la falta de aire fue entregar nuestra riqueza bruta. Nuestros bosques fueron talados y los ríos contaminados. Nuestros frutos más jugosos alimentaron las bocas de otros. Ignoramos los susurros en el viento, advirtiéndonos de la reconquista y una vez más iniciaron las guerras motivadas por los reyes del mundo.


Latinoamérica ya no era visto como ese bello lugar. Se había convertido en un centro de provisión y un daño colateral. Y aquí me pregunto y a ustedes les cuestiono ¿Por qué aún con todo lo anterior, toda esa muerte y sujeción, nosotros seguimos buscando la aprobación de aquel foráneo?


Sea en la manera que enseñamos, adoptando nuevas modalidades del exterior o planes de estudio, referenciando temas al otro lado del mundo. O al practicar con más frecuencia un idioma desconocido por nuestras madres, quienes moldean nuestros sueños con base en el éxito que representa trabajar al beneficio del extranjero; como Latinoamericanos, hemos estado buscando nuestra identidad a través de métodos forasteros. Hemos evitado sanar de nuestro dolor mediante la indiferencia y la ignorancia hacia nuestro origen por miedo a desarrollar una vez más esa belleza y

que nos arrebataron. Sucumbimos bajo la corona y decidimos mezclarnos con los demás y olvidar.


Olvidar aquello por lo cual muchos han luchado. Ignoramos a esos poetas y ahora leemos con indiferencia a nuestros propios autores. Nos vendaron los ojos y complacientes como siempre caminamos al borde del abismo. Desearía alquilarme para soñar, hacerlos, darse cuenta de nuestra desgarradora realidad y a lo que podríamos llegar. Compartir mi dolor al ver que por miedo a decepcionar a quienes forjaron las espadas que atravesaron el cuerpo de aquellos cantores, fuimos nosotros quienes terminamos de clavar el puñal en el alma de aquel viento que con tanta esperanza nos guiaba hacía esa llave llamada identidad.


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